Monday, June 06, 2005

1-Del winnipeg al metro

Gabriel, pobre pero orgulloso, era el hombre más alto del pueblo Inca, en la entonces desconocida y paradisíaca isla de Mallorca. Catalina, de buena familia, era también la más alta de las mujeres del lugar. Por una razón de altura, se casaron. Él, casi analfabeto, hacía zapatos como todos ahí. Ella cocinaba y rezaba.

Un mal día llegó la guerra civil española y el miedo y algunas expectativas guardadas en el alma llevó a esa pareja de altos, como a muchos, a abordar el Winnipeg junto a su pequeño hijo Gabriel.

Tras navegar atracaron al fin del mundo y así, sin educación, la joven pareja y ahora sus cuatros hijos en busca de mejores oportunidades de vida, se instalaron en la capital de Chile.

Vivían en una choza que se llovía, con piso de tierra y donde las rendijas de la madera debía cubrirse con diarios. Entonces, el hijo mayor, de 15 años, y el único de los hermanos de ojos no azules, dejó los estudios para trabajar y ayudar a su familia.

Por ser originarios de la tierra madre, eran miembros de la comunidad española, muy importante en los años 30 y tantos en Chile. Y por ello, Gabriel jugaba basketball por la Unión Española. Deporte que entonces era el favorito del público. Gabriel era bueno en eso, y alto como sus padres, por tanto rápidamente fue figura de diarios y firmaba autógrafos.

Esa publicidad le ayudó a moverse en el mundo de los negocios y pronto comenzó una fábrica, una barraca cuyo fuerte era elaborar cajones de frutas. Por aquí y por allá consiguió clientes, algunos poderosos, miembros de la comunidad española. Y así, a los 18 años tenía un auto del año. Además, claro, cambió de casa y sus hermanos no dejaron de estudiar como él. Gabriel sostenía a la familia. Y bien.

Gabriel arma una sociedad con sus hermanos. Y a su padre le da un rol en la fábrica. El negocio se vuelve una empresa familiar. Todos participan y todos ganan. Gabriel a la cabeza, por supuesto.

En ese entonces Gabriel conoció a Ana. Ana era culta, distinguida, había nacido en Argentina pero provenía de padres rusos que estaban emparentados con los zares. Ana se parecía a la diva cinematográfica de entonces, Marlene Dietrich, salvo por los ojos azules, de los que Ana carecía pero que sí tenían todos sus hermanos. Y Gabriel, medio star criollo, pues conquistó a Ana y se casó con ella.

La barraca creció y creció, pero un día se incendió. Gabriel, esforzado y tozudo como era, en vez de echarse a morir y llorar su pérdida, la levantó de nuevo y mejor. Ana y Gabriel tenían 2 hijos cuando la Barraca volvió a incendiarse por segunda vez, y por segunda vez Gabriel solo la levantó.

Algunos años después, un nochero se quedó dormido con una vela... la vela se cayó al suelo y comenzó a quemar el aserrín de la capa más cerca del piso. Así, cuando el fuego se evidenció ya era muy tarde, llevaba mucho rato acunándose... y de ese modo un tercer y funesto incendio quemó absolutamente todo.

Gabriel, por tercera vez levantó la Barraca. Y de eso vivieron él, sus padres y sus hijos hasta su expropiación en 1978 para que se construyera la estación Franklin del metro de Santiago.

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