Monday, June 06, 2005

3-Gabriel y el Unimarc de Irarrázabal

Gabriel era un joven que en los años 30 tenía buena pinta, alto, y se parecía al actor de moda de la época, Gilbert Roland. Si bien venía de una familia humilde proveniente de Mallorca, a los 20 años era un empresario joven, exitoso, con fortuna, y famoso por ser de los buenos jugadores de basketball, de la Unión Española por supuesto, como correspondía dado su origen Europeo.

Con esa impronta es que conoció y se enamoró de una bella mujer, Ana. Ana era refinada en todo. Y Ambos eran apasionados. Sus principales peleas, de muerte, eran por celos. Gabriel, como buen macho, era un proveedor de lujo. Todo lo que Ana quería, lo tenía. Y Ana era elegante e innovadora, sus gustos era exquisitos y caros. Pero Gabriel para eso estaba, para complacerla en todo.

Gabriel hizo una Barraca, en la que asoció a sus hermanos, y de eso vivían todos. Era un buen negocio y él un buen negociante y un hombre muy trabajador. En aquél entones, vivían en una hermosa casa atrás de la Barraca, en el barrio Franklin. La casa era enorme, para él, Ana y sus cuatro hijos.

Pero los tiempos cambiaron y se formó un nuevo barrio chic, Ñuñoa. Y Gabriel compró ahí, para Ana, la casa nueva más hermosa que encontró, cerca de Pedro de Valdivia con Irarrázabal.

Cuando Gabriel tuvo el accidente vascular, aquél que le dejó paralítico del lado izquierdo, dejó de trabajar en la Barraca que ya hacía un tiempo había dejado de ser de sus hermanos, pues habían tenido diferencias fuertes. Ahí entonces, dada la invalidez de Gabriel, se hicieron cargo de la empresa, sus hijos hombres profesionales, el abogado Gabriel, y Miguel, el ingeniero.

Gabriel padre, mientras tanto, no se conformaba con su situación. Él no sería un inválido. Él no servía para eso. Y comenzó a hacer ejercicios. De noche, cuando nadie lo veía bajaba la enorme escalera de mármol de la casa, arrastrándose, y la subía de igual modo, tardaba horas, pero tras meses, terminó de pie.

Luego, cuando ya pudo caminar bien, para hacer pesas, iba caminado al Almac de Irarrázabal, y volvía lleno de bolsas cargadas. Y así de a poco, de no poder caminar, logró recuperarse completamente.

Una vez, cuando ya era abuelo, viniendo del supermercado a la casa, se cayó. Una caída fuerte y fea. La gente quiso ayudarlo. Él molesto, y altanero como era, no se dejó. Y lento, pero solo, se levantó. Tomó otra vez las bolsas llenas de enceres, y prosiguió el camino a su casa, en la esquina de Luis Uribe y Marchant Pereira.

En los años 80, Ana, la señora y eterna amada de Gabriel, producto de una patología renal cayó gravemente enferma y al poco tiempo murió. Uno de sus hijos, Miguel, cercano a separarse de su mujer, decidió ir a acompañar a su padre en su tristeza.

Gabriel, a pesar del dolor de su alma, se levantaba religiosamente temprano y hacía 6 horas de gimnasia. Ejercicios de piernas en la escalera, ejercicios de brazos en el porche, etc.. Toda la casa era útil a sus fines... y las pesas, eran infaltables, por ende todos los días caminar de la casa al Unimarc y volver cargado.

Miguel quiso acompañarlo e imitarlo. No pudo levantarse todos los días al alba, no pudo hacer esos ejercicios y menos todo ese rato. Su padre, más de 20 años mayor, abuelo, era físicamente mucho mejor que Miguel.

En los años 90, Gabriel tuvo otra caída y hubo que operarle la cadera. Increíblemente, en la clínica alemana, lo operaron mal. Le operaron la cadera buena, y lo dejaron mal. Para siempre. Nunca más pudo hacer sus ejercicios.

Sólo hacía desde entonces, lo que habitualmente hacía tras ir al Unimarc, leer el Mercurio entero. Pero con el tiempo, eso dio pie a ver televisión, que lo aburría, salvo el fútbol... Gabriel ya no era él. La familia decidió vender la casa de Luis Uribe, y llevarlo, junto a la nana de siempre, la Lila, a vivir a un departamento en Las Condes.

Gabriel se fue apagando ahí. No era su lugar. A veces se levantaba gritando que quería ir a su casa, que no sabía donde estaba, que quería su casa, en Luis Uribe. Pero esa casa, que estaba en una calle que hasta los 90 era residencial se volvió un sector comercial más de la capital.

Y la pieza en suite, con balcón a la calle, que él compartió con Ana hasta su muerte, ahora es el privado del gerente de una empresa de ingeniería en la que trabajó hasta hace poco uno de sus nietos. Así, de la familia en esa casa, ya sólo quedan historias como esta.

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